miércoles, 17 de febrero de 2010

Reencuentro

Extrañaba su frialdad, su distancia, su mirada que lo aísla a uno entre tantos transeúntes, extrañaba perderme en sus callejuelas y miserias, llenarme de fantasmas en forma de lugares comunes y objetos rotos que me miran desde el pasado, arrastrándome a ese infierno del que quiero librarme. Me llenan de polvo, como se llenan ellos de abandono. Entonces una canción andina que rompe las quebradas, burbujas que se van, se van, se ahogan, se licuan en el agua.
Extrañaba el rechazo consecutivo, el trato amargo, el frio, la indiferencia entre existir o estar muerto, la gente pululando, todos como hormigas, cargando sus cargas a las espaldas, sufriendo y amando ¿viviendo? extrañaba tu insensatez, tu nostalgia glamorosa colándose por las rendijas de mis ojos, diciéndome basta. También está la otra, que vendió mi alma por un cigarro, y ni siquiera me dio un soplo, siquiera de muerte, siquiera de plomo.

viernes, 12 de febrero de 2010

El saco de la memoria

En un cuento hibrido que mezclaba diversas mitologías, y que alguna vez leí, o vi, no lo recuerdo, se narraba la historia de un hombre que dio a un alma en tránsito al paraíso un saco mágico, el cual con sólo ordenarlo era capaz de atrapar todo aquello que se había deseado, le pidió al alma que apenas cruzara la puerta, deseara que él entrara en el saco para así poder estar en el cielo, ya que la muerte no quería llevárselo de este mundo; el alma entró, dejó el saco en la puerta, de la cual dicen que es muy pequeña y olvido su encargo, pues en el paraíso, las almas no tienen memoria.
El pobre hombre se volvió un caminante que según dicen, sigue andando por estas áridas tierras, cada día más áridas de tanto trasegarlas sin sentido, al lado de otros hombres, estos si mortales, que van más rápido, erosionan más y viven como convulsionando hasta que mueren, yéndose al carajo o a Paradise city según sea el caso, o tal vez quedándose a caminar para siempre en la tierra, porque en ninguna parte dice que el caminante no pueda tener hijos, y si uno piensa que las maldiciones se heredan a las generaciones, ahí están miles de caminantes que van solos mientras ven a tantos marchitar.
De todo lo que cargan en sus sacos mágicos, lo más pesado es esa memoria de milenios, un insoportable peso que con el tiempo no les permite continuar la marcha, estancándolos en el camino, volviéndolos piedras que miles de transeúntes tratan esquivar, sin saber que son casi dioses, cada uno con la información de todas las bibliotecas del mundo, y todas las redes cibernéticas inimaginables, pero los caminantes tienen afán, estas piedras son estorbo.
A nuestro caminante inicial no le pasó esto, ya sabemos que su saco se quedo a portas del paraíso, él siguió viviendo, teniendo hijos, y olvidando, tal vez se haya decidido a planificar, porque no era una mala persona y no quiere transmitir su estigma, prefiere el peso para sí solo, no desea compartir su desgracia, que sabe, tan fecunda es.
Dejad olvidar al caminante, dejadlo olvidar hasta de planificar, que siga andando por los caminos de asfalto con piedras aplastadas y enterradas, déjenlo que solo puede soportar la eternidad olvidando, eso es lo más parecido al paraíso que alguna vez tendrá.

domingo, 7 de febrero de 2010

Sucia verdad

Soy honesto,
Te digo en la cara
¡Soy un picahielos!
Que romperá a pedazos
El casquete que rodea tu pecho
Tú me mientes
Me engañas con miradas
Y desconsoladores versos
Yo sigo creyendo
Que no hay nada más bello
Que tus ojos mintiendo.

Soy honesto
Por eso prefiero los engaños
Que dejan en mi garganta
El hedor de la sangre putrefacta
A tus ojos rotos
De donde brotan lagrimas
De limón salado
De chocolate amargo
No hay verdad absoluta
Solo cadáveres flotantes
En cascadas de alcohol y cigarros
Alegres, incipientes
Aprendiendo a vivir se mueren
Son tantos los dioses
Tan falsos nuestros reflejos.

Tus verdades me duelen
Por el plato en que las sirves
Metales corroídos
Girones de hueso retorcido
Prefiero que me mientas
Y digas que me quieres
La hipocresía la soporto
Los besos falsos me los como
Si me dices que no me amas
No sería tan cierto
Como si dijeras que te odias
Por eso estás a mi lado
Soportando todo el dolor y llanto
Por una verdad disfrazada de mentira
Que no deja de ser sin embargo
Una sucia verdad
a medias, en duda.

lunes, 1 de febrero de 2010

El cerrajero

Tengo todas las llaves, todas, el universo es todo mío, tengo el acceso a todo lo imaginable, a lo tangible, a lo insustancial, no soy Dios, pero tengo todo su poder, todo está en mi llavero, y mi habitación tiene grandes candados de los cuales sólo yo tengo llave y copia; sé que he de morir en ese cuarto que se incendia desde adentro mientras me quedo ciego buscando la salida bloqueada, sé que extravié las llaves de tu pecho, ah, cómo me gustaría quedarme a morir entre tus senos, que las costillas fueran las rejas, y tu sangre mi caricia, en cambio de eso tengo todo el universo, infinito, una cárcel en la cual soy el preso y el carcelero, deambulando entre barrotes de donde surgen caras y brazos, donde nos buscamos sin encontrarnos, porque desconocemos nuestro propio rostro, nuestra propia sed, que es la misma a la del otro, que se devora vivo, y nos devora a todos.

domingo, 31 de enero de 2010

¿Quien eres tú?

Recuerdo con benevolencia la escena de Las brujas de Salem en la que John Proctor se niega a firmar su confesión arguyendo que su nombre sería manchado por la falacia, prefiriendo expirar en la horca mientras gritaba: ¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en vida![...]¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Les he dado mi alma! ¡Déjenme mi nombre! En esta obra, de la cual sólo he visto la película, Arthur Miller exalta el honor de los personajes a través de los nombres, suponiendo que el nombre es algo que identifica a todos los humanos y los relaciona con la comunidad en la que se desenvuelven, mientras se vive, en el caso del Sr. Proctor, la cuestión es tan seria, que culmina con la bella y honorable justificación de morir en tanto no se vea manchado su nombre.
Imaginemos (la idea se me ocurrió después de leer un artículo de opinión de Carolina Sanín) que un día la madre de este personaje se acostó, digamos con el jardinero, y fruto de esa relación, nació John, si el esposo se hubiera enterado de esto, seguramente hubiera ocurrido nefandas consecuencias y hasta la posible (o imposible, por lo ficcional del personaje) vida de John se hubiera truncado, la madre, que no desea ser asesinada por su esposo o por una horda de hipócritas vecinos, guarda el secreto más fácil de guardar, la verdadera identidad del progenitor de su hijo; John crece y termina sacrificándose por su honra, por su nombre, que es la remembranza de su familia materna y paterna, de lo que él ha sido, y lo que él no quiere ser, intachable, el desgraciado John moriría por un nombre que no es el suyo.
Más allá de todo lo que se pueda decir, como lo es el significado real de John Proctor, quiero reflexionar sobre la identidad. Es cierto que un nombre puede decir mucho de una persona, de hecho, los nombres en un principio, estaban relacionados con la actividad o el lugar de procedencia de la persona, el tiempo los ha vuelto en uno de los parámetros para la identificación real y fehaciente (utilizando términos médico legales) de una persona, pero además, el nombre es el núcleo de algo que se siente propio, que tiene una historia y se vuelve parte del yo, te identifica ante los otros, en definitiva, es algo muy valioso y diciente, y a la vez tan propenso a la disimulación y la falsedad, ya sea propuesta o heredada.
Viéndolo así, es tonto que conociendo el nombre uno pueda conocer realmente a alguien (si tal cosa es posible), de hecho ya me estoy preguntando si no me llamaré Jorge E. Gaitán, o Faisal Parra, cosa que creo, no sabría mi madre con certeza, pues la esquizofrenia acosa su mente desde hace tiempo, y la lujuria su cuerpo desde hace mucho más. En todo caso sería muy triste, porque me siento muy orgulloso de mi Apellido paterno, a la postre tal vez no cambiaría nada, mi padre fue mi padre, así el que haya prestado el esperma fuera otro, pero finalmente que dice mi nombre de lo que soy, que dice mi familia de lo que soy, que dice mi profesión de lo que soy, que dice mi pasado de lo que soy, ¿Quién soy? Y ¿Quién diablos eres tú? Tal vez la respuesta es como este escrito que dice muchas pendejadas, al final, absolutamente nada.

sábado, 9 de enero de 2010

Fantasma de la luna llena

Una luz matinal entra por la claraboya, mis parpados se abren lentamente, los sueños de la noche anterior se desvanecen mientras la claridad del cuarto se hace más evidente, más contundente,. Es extraño, casi onírico despertar de día. Estas frente a un espejo oval que te refleja completa, como si la belleza se pudiera duplicar, dos sueños hechos uno solo. Una bata blanca de seda te cubre, cruzas los brazos mientras me acerco por detrás, te tomo de las manos, desarmándote, y te ceño a mi, busco tu cuello, me lo ofreces tiernamente, lo beso, cierras los ojos y te entregas al dolor de la pasión. Mis manos recorren todos los caminos hechos anoche, tu piel me recuerda a la luna, a la palidez de la muerte, siempre bella, siempre ajena. Pero tu piel arde, la luz nocturna hoy me calienta, me embriago con tu sudor y con el agitado ritmo de tu respiración, te aferras a mi brazo y lo muerdes, entonces, lo inevitable, dos colmillos indoloros penetran tu yugular, una gota de sangre se desliza, una mancha de sangre sobre la nieve. Un gemido leve se escapa de tu boca, entonces te volteas y la bata se arrodilla a tus pies, saltas sobre mi, te penetro con dificultad, te estremeces con frenesí sobre mi con todo tu peso y deseo, soy tuyo y es inevitable, aprieto tus senos y bruscamente te hago girar, ahora estoy encima de ti, me rasguñas la espalda, es un baile de caderas estremeciéndose por el olor de la sangre que tanto me excita, tus piernas se vuelven mi cinturón, trato de volver a succionar tu cuello, tu te limitas a lamer mi oreja, y me susurras con el aliento entrecortado –los muertos no somos un buen alimento-.

Despierto, aún es de noche, yaces a mi lado, estas desnuda, me acerco para escuchar tu corazón que antaño se desbocaba, hoy sólo hay silencio. Salgo por la ventana, vuelvo a mi refugio, una cueva profunda y oscura que me protege del día y desde hoy me recordara tu pecho, mientras voy maldiciendo la hora en que me enamore de mi alimento.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Ayer


Ayer hice muchas cosas, di de comer a las arañas por la mañana, descubriendo que prefieren los zancudos vivos, así trate de fingir que se mueven. A estos arácnidos no se les puede engañar tan fácilmente, hay que meterle más ciencia al asunto; también contemplé el jardín de palmas y madrigales, con pajaros cuyas alas se bifurcan, y hormigas rojas que eternamente se devoran las hojas; Almorzé con una familia que no es la mía, y que es como todas, hice la siesta en una hamaca, columpiándome, soñando que en cielo me posaba (Ay cielo, como te extraño); En la noche un gato gris con blanco me visitó, se fue entrando, como si esta casa fuera suya, cuando me vió, quedo pasmado, nos miramos, trate de invitarlo a que se quedara, queria que conociera a la araña, y pasara la noche cazando moscas, y acicalándonos, pero los gatos son muy timidos, apenas le hice un gesto, huyó. Y me quedé sólo, con mis telarañas y mis zancudos, que no son mios, aunque quisiera que lo fueran.
Anoche me di cuenta que no duermo solo, ni que esta casa es mia, soy un extraño, un visitante, un cuidador de arañas, alguién que muy pronto se irá, ellos se quedarán, hace siglos esperan, y seguirán esperando cuando me vaya. Reinando, estamos de paso.