viernes, 12 de febrero de 2010

El saco de la memoria

En un cuento hibrido que mezclaba diversas mitologías, y que alguna vez leí, o vi, no lo recuerdo, se narraba la historia de un hombre que dio a un alma en tránsito al paraíso un saco mágico, el cual con sólo ordenarlo era capaz de atrapar todo aquello que se había deseado, le pidió al alma que apenas cruzara la puerta, deseara que él entrara en el saco para así poder estar en el cielo, ya que la muerte no quería llevárselo de este mundo; el alma entró, dejó el saco en la puerta, de la cual dicen que es muy pequeña y olvido su encargo, pues en el paraíso, las almas no tienen memoria.
El pobre hombre se volvió un caminante que según dicen, sigue andando por estas áridas tierras, cada día más áridas de tanto trasegarlas sin sentido, al lado de otros hombres, estos si mortales, que van más rápido, erosionan más y viven como convulsionando hasta que mueren, yéndose al carajo o a Paradise city según sea el caso, o tal vez quedándose a caminar para siempre en la tierra, porque en ninguna parte dice que el caminante no pueda tener hijos, y si uno piensa que las maldiciones se heredan a las generaciones, ahí están miles de caminantes que van solos mientras ven a tantos marchitar.
De todo lo que cargan en sus sacos mágicos, lo más pesado es esa memoria de milenios, un insoportable peso que con el tiempo no les permite continuar la marcha, estancándolos en el camino, volviéndolos piedras que miles de transeúntes tratan esquivar, sin saber que son casi dioses, cada uno con la información de todas las bibliotecas del mundo, y todas las redes cibernéticas inimaginables, pero los caminantes tienen afán, estas piedras son estorbo.
A nuestro caminante inicial no le pasó esto, ya sabemos que su saco se quedo a portas del paraíso, él siguió viviendo, teniendo hijos, y olvidando, tal vez se haya decidido a planificar, porque no era una mala persona y no quiere transmitir su estigma, prefiere el peso para sí solo, no desea compartir su desgracia, que sabe, tan fecunda es.
Dejad olvidar al caminante, dejadlo olvidar hasta de planificar, que siga andando por los caminos de asfalto con piedras aplastadas y enterradas, déjenlo que solo puede soportar la eternidad olvidando, eso es lo más parecido al paraíso que alguna vez tendrá.

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