domingo, 31 de enero de 2010

¿Quien eres tú?

Recuerdo con benevolencia la escena de Las brujas de Salem en la que John Proctor se niega a firmar su confesión arguyendo que su nombre sería manchado por la falacia, prefiriendo expirar en la horca mientras gritaba: ¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en vida![...]¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Les he dado mi alma! ¡Déjenme mi nombre! En esta obra, de la cual sólo he visto la película, Arthur Miller exalta el honor de los personajes a través de los nombres, suponiendo que el nombre es algo que identifica a todos los humanos y los relaciona con la comunidad en la que se desenvuelven, mientras se vive, en el caso del Sr. Proctor, la cuestión es tan seria, que culmina con la bella y honorable justificación de morir en tanto no se vea manchado su nombre.
Imaginemos (la idea se me ocurrió después de leer un artículo de opinión de Carolina Sanín) que un día la madre de este personaje se acostó, digamos con el jardinero, y fruto de esa relación, nació John, si el esposo se hubiera enterado de esto, seguramente hubiera ocurrido nefandas consecuencias y hasta la posible (o imposible, por lo ficcional del personaje) vida de John se hubiera truncado, la madre, que no desea ser asesinada por su esposo o por una horda de hipócritas vecinos, guarda el secreto más fácil de guardar, la verdadera identidad del progenitor de su hijo; John crece y termina sacrificándose por su honra, por su nombre, que es la remembranza de su familia materna y paterna, de lo que él ha sido, y lo que él no quiere ser, intachable, el desgraciado John moriría por un nombre que no es el suyo.
Más allá de todo lo que se pueda decir, como lo es el significado real de John Proctor, quiero reflexionar sobre la identidad. Es cierto que un nombre puede decir mucho de una persona, de hecho, los nombres en un principio, estaban relacionados con la actividad o el lugar de procedencia de la persona, el tiempo los ha vuelto en uno de los parámetros para la identificación real y fehaciente (utilizando términos médico legales) de una persona, pero además, el nombre es el núcleo de algo que se siente propio, que tiene una historia y se vuelve parte del yo, te identifica ante los otros, en definitiva, es algo muy valioso y diciente, y a la vez tan propenso a la disimulación y la falsedad, ya sea propuesta o heredada.
Viéndolo así, es tonto que conociendo el nombre uno pueda conocer realmente a alguien (si tal cosa es posible), de hecho ya me estoy preguntando si no me llamaré Jorge E. Gaitán, o Faisal Parra, cosa que creo, no sabría mi madre con certeza, pues la esquizofrenia acosa su mente desde hace tiempo, y la lujuria su cuerpo desde hace mucho más. En todo caso sería muy triste, porque me siento muy orgulloso de mi Apellido paterno, a la postre tal vez no cambiaría nada, mi padre fue mi padre, así el que haya prestado el esperma fuera otro, pero finalmente que dice mi nombre de lo que soy, que dice mi familia de lo que soy, que dice mi profesión de lo que soy, que dice mi pasado de lo que soy, ¿Quién soy? Y ¿Quién diablos eres tú? Tal vez la respuesta es como este escrito que dice muchas pendejadas, al final, absolutamente nada.

sábado, 9 de enero de 2010

Fantasma de la luna llena

Una luz matinal entra por la claraboya, mis parpados se abren lentamente, los sueños de la noche anterior se desvanecen mientras la claridad del cuarto se hace más evidente, más contundente,. Es extraño, casi onírico despertar de día. Estas frente a un espejo oval que te refleja completa, como si la belleza se pudiera duplicar, dos sueños hechos uno solo. Una bata blanca de seda te cubre, cruzas los brazos mientras me acerco por detrás, te tomo de las manos, desarmándote, y te ceño a mi, busco tu cuello, me lo ofreces tiernamente, lo beso, cierras los ojos y te entregas al dolor de la pasión. Mis manos recorren todos los caminos hechos anoche, tu piel me recuerda a la luna, a la palidez de la muerte, siempre bella, siempre ajena. Pero tu piel arde, la luz nocturna hoy me calienta, me embriago con tu sudor y con el agitado ritmo de tu respiración, te aferras a mi brazo y lo muerdes, entonces, lo inevitable, dos colmillos indoloros penetran tu yugular, una gota de sangre se desliza, una mancha de sangre sobre la nieve. Un gemido leve se escapa de tu boca, entonces te volteas y la bata se arrodilla a tus pies, saltas sobre mi, te penetro con dificultad, te estremeces con frenesí sobre mi con todo tu peso y deseo, soy tuyo y es inevitable, aprieto tus senos y bruscamente te hago girar, ahora estoy encima de ti, me rasguñas la espalda, es un baile de caderas estremeciéndose por el olor de la sangre que tanto me excita, tus piernas se vuelven mi cinturón, trato de volver a succionar tu cuello, tu te limitas a lamer mi oreja, y me susurras con el aliento entrecortado –los muertos no somos un buen alimento-.

Despierto, aún es de noche, yaces a mi lado, estas desnuda, me acerco para escuchar tu corazón que antaño se desbocaba, hoy sólo hay silencio. Salgo por la ventana, vuelvo a mi refugio, una cueva profunda y oscura que me protege del día y desde hoy me recordara tu pecho, mientras voy maldiciendo la hora en que me enamore de mi alimento.